jueves, 31 de julio de 2014

IDENTIDAD E INSTITUCIONES SIMBÓLIAS: REPRESENTACIONES SUBALTERNAS EN LA CULTURA ARGENTINA


La máquina Cultural
Lic. Adriana Mercedes González
Magister en Estudios Sociales
Si bien el presente curso y la trayectoria del programa revisa la emergencia de lo popular en la cultura argentina, en una perspectiva diacrónica que permite comprender, entre el siglo XIX y XX, la mirada sobre el objeto y las violencias que lo atraviesan; elegí para analizar la identidad en el texto de Beatríz sarlo “La Máquina Cultural” y sobre todo el capítulo I que hace referencia a “cabezas rapadas y cintas argentinas”, una narración llena de historias que me cautivó a realizar este ensayo porque me sentí identificada con el mismo, por ser docente que culminó con el secundario en la Escuela Normal de La Rioja y escuché de mis formadores historias similares de esa época.
En la obra “La máquina cultural”, Sarlo habla del pasado en función del presente inmediato, donde plantea un  relato en primera persona como si se tratara de una ficción, para luego volver a una tercera persona que reconstruye tramas dispersas o hasta ahora perdidas en la memoria de los otros. Este estilo con que fue escrito está dedicado a la opinable cultura y es un estilo diferente al resto de sus obras.
            En el capítulo I de la obra las historias se contextualizan a principios del siglo XX  en Argentina. Una de ellas, al comienzo del capítulo I, hace referencia a la maestra llamada “Rosa Justina del Rio “ que realizó sus estudios en una célebre escuela normal, donde los docentes operaban como una gigantesca máquina de disciplinar y homogeneizar a los sectores populares. Es aquí, donde se describe a la escuela como una “máquina de imposición de identidades”, conteniendo además la promesa de condiciones de vida más rica, tanto desde los aspectos simbólicos como de los materiales. Una cita textual dice al respecto: “La escuela es la gran antorcha colocada en medio de las tinieblas de la ignorancia; en su recinto están los maestros, apóstoles de la ciencia, encargados de reunir en torno de ellos a los niños para disipar, con la luz de la verdad, las sombras que obscurecen las inteligencias sin cultivo, y enseñarles a distinguir el bien del mal, grabando en sus corazones los medios de practicar la virtud y huir del vicio”- 1 -
La historia cuenta que Rosa del Rio, nació en Argentina, su madre (Ernestina Boicocchi) había llegado a esta nación desde Italia, siendo muy pequeña y su padre era gallego (Manuel del Rio). Su familia estaba conformada además por  8 hijos, de los cuales ella, era la 4 hija. Trascienden en las primeras historias, relatos de su niñez y de su familia hasta el ingreso a la Escuela Normal, donde se abre un mundo nuevo para ella porque encuentra en la escuela, un mundo de relativa abundancia simbólica. Una cita afirma este pensar: “la lectura no fue para mí una vocación, nada de eso, como lo es en otras personas, sino una necesidad: la radio no existía, las revistas eran demasiado lujo para nosotros, quedaban los libros de la escuela. Por eso, siempre que fui maestra y directora le di una importancia fundamental a la lectura”- 2 -De eso, ella rescata lo bueno y lo que después le serviría como docente: “aprendiendo lo que después iba a enseñar como maestra y aprendiendo a enseñarlo de un modo bastante diferente de cómo me lo habían enseñado a mí”- 3 -.
Con posterioridad, también se relatan historias de su ingreso al profesorado y de todo lo que aprendió; incluso evaluaba lo que sería útil para sus alumnos en esa época y aquello que no les serviría: “Pero, a mí la experiencia me servía de sentido común. Yo sabía que esos chicos tenían que aprender a leer bien, incluso era más importante que supieran leer a que supieran escribir”- 4 -. Define entonces, a la escuela como un factor importante en la formación de las personas, tanto moral como físicamente. Aconseja así, a sus colegas: “hagan lo posible por dignificar la enseñanza de la lectura corriente, procurando realizar con ella los tres propósitos: que al leer, el niño entienda, piense y sienta, si es posible”-5-. Beatríz Sarlo caracteriza a la maestra  como una docente joven, de 20 años de edad, innovadora, valiente y muy severa con la disciplina, quien se ocupaba,  desde su primer trabajo en la escuela, de mantener ocupado a los niños para evitar la indisciplina: “pensaba que se podía agrupar a los chicos según las dificultades que tuvieran y hacer que los más inteligentes ayudaran a los otros…”-6-
Fue directora por primera vez en la escuelita de la calle Olaya en 1921. Llegó con la escuela recién fundada y en el momento en el que el Consejo de Educación propone el modelo de la escuela activa. Ahí, comenzó a poner en práctica lo que ella pensaba, mantener a los niños entretenidos todo el día sosteniendo que a la escuela no venían a aprender materias sino a aprender cosas, explicarse fenómenos de la naturaleza, procesos, tareas y era la interrelación de temas en la semana, la estrategia metodológica que utilizaba. Esto destacaba la figura del Director como entidad superior.
Rosa, era el ejemplo viviente de esa posibilidad de movilidad social, y, en consecuencia, la portadora de esta ideología, con todos sus matices y contradicciones, entre otras cosas, con un autoritarismo frente a cualquier manifestación de diferencias culturales. Esas diferencias debían ser absorbidas en el poderoso imaginario del trabajo: el respeto, la familia y la estructura de la nación.
Sarlo continúa la narración de ese barrio donde se ubicaba la escuelita en la que por primera vez, fue directora: “aquel era un barrio pobre, con muchas familias que vivían en conventillos, medio amontonados todos en casas de inquilinato con pasillos largos, piezas que daban a patios estrechos, lugares sin luz donde se comía, se cocinaba, se trabajaba y se dormía, baños comunes, cocinas de brasero e a puerta de las piezas”-  7 -
Beatríz Sarlo desarrolla la historia con dos acontecimientos trascendentales en la escuela de la calle Olaya donde Rosa fue directora en 1921: primero, el de una maestra que ante la amenaza de piojos, en la escuela que dirigía, decide rapar las cabezas de sus alumnos varones. Segundo, el acontecimiento de un acto escolar, donde sorprende a la comunidad, al ver que los niños y niñas portaban cintas argentinas producidas por ella.
Al referirse al primera escena, Sarlo describe el primer día de clase en el que Rosa observa a las madres de los chicos acercarse a acompañarlos a la escuela, nerviosas, tímidas y calladas ya que no era cotidiano salir a lugares públicos argentinos. Continúa diciendo: “esos chicos no parecían muy limpios, con el pelo pegoteado, los cuellos sucios, las uñas negras. Yo me dije, esta escuela se me va a llenar de piojos”- 8 -Y así toma la iniciativa de enseñarles higiene. Buscó un peluquero y en patio de la escuela frente a la presencia del portero y ella, la directora, ordenó se le cortara el pelo a todos los chicos bajo su responsabilidad  explicándoles que ella aspiraba a una escuela modelo en el barrio, que había que cuidar su limpieza: “Y que, en primer lugar, todos nosotros debíamos venir limpios y prolijos a la escuela y que lo primero que teníamos que tener prolijo era la cabeza porque allí andaban bichos muy asquerosos, que podían traerles enfermedades”- 9  -. Después de eso y con mucha audacia, ordenó a las niñas soltarse el cabello y pasarse el peine fino para quitar los piojos. Con el tiempo, las madres comprendieron como debían sus hijos asistir a la escuela. Algunos críticos sostienen que los rapaditos no protestaron por dos razones: porque no existían las instituciones societales que canalizaran el malestar y porque esas personas se sentían inseguras, desconociendo sus derechos como habitantes en un país que recién comenzaban a conocer. Luego de eso, la directora supo explicar a sus maestras como tenían que ser las lecciones: prácticas y con mucho material auxiliar para que los alumnos entendieran el tema y aprendieran haciendo.
Al referirse a la segunda escena, Sarlo describe la participación de la escuela en un desfile en la Plaza de Mayo. El espectáculo era importante porque asistían alumnos de todas las escuelas de la Capital y de otras provincias y para diferenciarse de ellos, la Maestra Rosa propuso confeccionar con taffetas blancas y celestes, moños para que portaran los varones y vinchas para el cabello de las niñas. Y les dijo a las maestras: “Este año, el 25 de Mayo vamos a repartir las cintas y los moños a todos los alumnos. Y así fue”-10-. Rosa logró identidad para su escuela ya que todos reconocieron y aclamaron la presencia de los alumnos y docentes de la noble escuelita. Esto es llamado por algunos críticos de la obra de Sarlo: el corolario estético.
En síntesis, las historias demuestran a la escuela pública como máquina cultural y en ella, a una maestra que decide reformar conductas desde su rol docente y con buenas intenciones pretendiendo transformar a jóvenes o niños desde su perspectiva. “Ambos hechos están unidos por el hilo, no demasiado secreto, de un imaginario educativo implantado por el normalismo y que las maestras llevan a la práctica de las maneras a veces más extremas”- 11-. La escuela debía enseñar a los niños en esa época, lo que no aprendían de las familias: la higiene, el patriotismo y el respeto por la cultura y la nación.
Una característica importante de la obra es que la misma refleja que la cultura era un capital a adquirir y no un conjunto de valores que debían desenterrarlos del pasado paterno o de la vida cotidiana. La escuela brindaba un inventario de materiales culturales: tizas, láminas, figuras, poemas, mapas, libros, etc.que atraían a los niños en esa época y que no encontraban en otro lugar. A su vez, la escuela era un lugar donde la mujer se emancipaba, donde las primeras maestras, que como Rosa, encontraron el paradigma pedagógico no sólo la realización cultural personal sino también un trabajo socialmente prestigiosos.
El imaginario de Rosa se forma en un marco institucional fuertemente voluntarista en sus operaciones de imposición de una cultura. “El modelo de cultura al que se incorpora implica una separación y un corte respecto del barrio y de la casa”-  12 -. Pero también se dice que la adaptación fulminante a la escuela se realiza en ausencia de otros discursos como los de los medios de comunicación que compiten con la escuela, actualmente.
Beatríz Sarlo nos describe a Rosa del Río como un producto del normalismo y de la escuela pública: un robot estatal “identificado poco criticamente con los objetivos de la institución de la que formaba parte y que le había permitido a ella misma recorrer un camino exitoso”-13  -
En conclusión, la obra se refiere al análisis de la identidad a través de relatos de una maestra que revela el comportamiento de las instituciones simbólicas en el siglo XX en Argentina.
Obra analizada:
Sarlo, Beatríz: “cabezas rapadas y cintas argentinas”, en La máquina cultural, Buenos Aires, Ariel, 1999.



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