La máquina Cultural
Lic. Adriana Mercedes González
Magister en Estudios Sociales
Si
bien el presente curso y la trayectoria del programa revisa la emergencia de lo
popular en la cultura argentina, en una perspectiva diacrónica que permite
comprender, entre el siglo XIX y XX, la mirada sobre el objeto y las violencias
que lo atraviesan; elegí para analizar la identidad en el texto de Beatríz
sarlo “La Máquina Cultural” y sobre todo el capítulo I que hace referencia a
“cabezas rapadas y cintas argentinas”, una narración llena de historias que me
cautivó a realizar este ensayo porque me sentí identificada con el mismo, por
ser docente que culminó con el secundario en la Escuela Normal de La Rioja y
escuché de mis formadores historias similares de esa época.
En
la obra “La máquina cultural”, Sarlo habla del pasado en función del presente
inmediato, donde plantea un relato en
primera persona como si se tratara de una ficción, para luego volver a una
tercera persona que reconstruye tramas dispersas o hasta ahora perdidas en la
memoria de los otros. Este estilo con que fue escrito está dedicado a la
opinable cultura y es un estilo diferente al resto de sus obras.
En el capítulo I de la obra las
historias se contextualizan a principios del siglo XX en Argentina. Una de ellas, al comienzo del
capítulo I, hace referencia a la maestra llamada “Rosa Justina del Rio “ que
realizó sus estudios en una célebre escuela normal, donde los docentes operaban
como una gigantesca máquina de disciplinar y homogeneizar a los sectores
populares. Es aquí, donde se describe a la escuela como una “máquina de
imposición de identidades”, conteniendo además la promesa de condiciones de
vida más rica, tanto desde los aspectos simbólicos como de los materiales. Una cita textual dice al respecto: “La
escuela es la gran antorcha colocada en medio de las tinieblas de la
ignorancia; en su recinto están los maestros, apóstoles de la ciencia,
encargados de reunir en torno de ellos a los niños para disipar, con la luz de
la verdad, las sombras que obscurecen las inteligencias sin cultivo, y
enseñarles a distinguir el bien del mal, grabando en sus corazones los medios de
practicar la virtud y huir del vicio”- 1 -
La
historia cuenta que Rosa del Rio, nació en Argentina, su madre (Ernestina
Boicocchi) había llegado a esta nación desde Italia, siendo muy pequeña y su
padre era gallego (Manuel del Rio). Su familia estaba conformada además
por 8 hijos, de los cuales ella, era la
4 hija. Trascienden en las primeras historias, relatos de su niñez y de su
familia hasta el ingreso a la Escuela Normal, donde se abre un mundo nuevo para
ella porque encuentra en la escuela, un mundo de relativa abundancia simbólica.
Una cita afirma este pensar: “la lectura
no fue para mí una vocación, nada de eso, como lo es en otras personas, sino
una necesidad: la radio no existía, las revistas eran demasiado lujo para
nosotros, quedaban los libros de la escuela. Por eso, siempre que fui maestra y
directora le di una importancia fundamental a la lectura”- 2 -De eso, ella
rescata lo bueno y lo que después le serviría como docente: “aprendiendo lo que después iba a enseñar
como maestra y aprendiendo a enseñarlo de un modo bastante diferente de cómo me
lo habían enseñado a mí”- 3 -.
Con
posterioridad, también se relatan historias de su ingreso al profesorado y de
todo lo que aprendió; incluso evaluaba lo que sería útil para sus alumnos en
esa época y aquello que no les serviría: “Pero,
a mí la experiencia me servía de sentido común. Yo sabía que esos chicos tenían
que aprender a leer bien, incluso era más importante que supieran leer a que
supieran escribir”- 4 -. Define entonces, a la escuela como un factor
importante en la formación de las personas, tanto moral como físicamente.
Aconseja así, a sus colegas: “hagan lo
posible por dignificar la enseñanza de la lectura corriente, procurando
realizar con ella los tres propósitos: que al leer, el niño entienda, piense y
sienta, si es posible”-5-. Beatríz Sarlo caracteriza a la maestra como una docente joven, de 20 años de edad,
innovadora, valiente y muy severa con la disciplina, quien se ocupaba, desde su primer trabajo en la escuela, de
mantener ocupado a los niños para evitar la indisciplina: “pensaba que se podía agrupar a los chicos según las dificultades que
tuvieran y hacer que los más inteligentes ayudaran a los otros…”-6-
Fue
directora por primera vez en la escuelita de la calle Olaya en 1921. Llegó con
la escuela recién fundada y en el momento en el que el Consejo de Educación
propone el modelo de la escuela activa. Ahí, comenzó a poner en práctica lo que
ella pensaba, mantener a los niños entretenidos todo el día sosteniendo que a
la escuela no venían a aprender materias sino a aprender cosas, explicarse
fenómenos de la naturaleza, procesos, tareas y era la interrelación de temas en
la semana, la estrategia metodológica que utilizaba. Esto destacaba la figura
del Director como entidad superior.
Rosa,
era el ejemplo viviente de esa posibilidad de movilidad social, y, en
consecuencia, la portadora de esta ideología, con todos sus matices y
contradicciones, entre otras cosas, con un autoritarismo frente a cualquier
manifestación de diferencias culturales. Esas diferencias debían ser absorbidas
en el poderoso imaginario del trabajo: el respeto, la familia y la estructura
de la nación.
Sarlo
continúa la narración de ese barrio donde se ubicaba la escuelita en la que por
primera vez, fue directora: “aquel era un
barrio pobre, con muchas familias que vivían en conventillos, medio amontonados
todos en casas de inquilinato con pasillos largos, piezas que daban a patios
estrechos, lugares sin luz donde se comía, se cocinaba, se trabajaba y se
dormía, baños comunes, cocinas de brasero e a puerta de las piezas”- 7 -
Beatríz
Sarlo desarrolla la historia con dos acontecimientos trascendentales en la
escuela de la calle Olaya donde Rosa fue directora en 1921: primero, el de una
maestra que ante la amenaza de piojos, en la escuela que dirigía, decide rapar
las cabezas de sus alumnos varones. Segundo, el acontecimiento de un acto
escolar, donde sorprende a la comunidad, al ver que los niños y niñas portaban
cintas argentinas producidas por ella.
Al
referirse al primera escena, Sarlo describe el primer día de clase en el que
Rosa observa a las madres de los chicos acercarse a acompañarlos a la escuela,
nerviosas, tímidas y calladas ya que no era cotidiano salir a lugares públicos
argentinos. Continúa diciendo: “esos chicos
no parecían muy limpios, con el pelo pegoteado, los cuellos sucios, las uñas
negras. Yo me dije, esta escuela se me va a llenar de piojos”- 8 -Y así
toma la iniciativa de enseñarles higiene. Buscó un peluquero y en patio de la
escuela frente a la presencia del portero y ella, la directora, ordenó se le
cortara el pelo a todos los chicos bajo su responsabilidad explicándoles que ella aspiraba a una escuela
modelo en el barrio, que había que cuidar su limpieza: “Y que, en primer lugar, todos nosotros debíamos venir limpios y
prolijos a la escuela y que lo primero que teníamos que tener prolijo era la
cabeza porque allí andaban bichos muy asquerosos, que podían traerles
enfermedades”- 9 -. Después de eso y
con mucha audacia, ordenó a las niñas soltarse el cabello y pasarse el peine
fino para quitar los piojos. Con el tiempo, las madres comprendieron como
debían sus hijos asistir a la escuela. Algunos críticos sostienen que los
rapaditos no protestaron por dos razones: porque no existían las instituciones
societales que canalizaran el malestar y porque esas personas se sentían
inseguras, desconociendo sus derechos como habitantes en un país que recién
comenzaban a conocer. Luego de eso, la directora supo explicar a sus maestras
como tenían que ser las lecciones: prácticas y con mucho material auxiliar para
que los alumnos entendieran el tema y aprendieran haciendo.
Al
referirse a la segunda escena, Sarlo describe la participación de la escuela en
un desfile en la Plaza de Mayo. El espectáculo era importante porque asistían
alumnos de todas las escuelas de la Capital y de otras provincias y para
diferenciarse de ellos, la Maestra Rosa propuso confeccionar con taffetas
blancas y celestes, moños para que portaran los varones y vinchas para el
cabello de las niñas. Y les dijo a las maestras: “Este año, el 25 de Mayo vamos a repartir las cintas y los moños a
todos los alumnos. Y así fue”-10-. Rosa logró identidad para su escuela ya
que todos reconocieron y aclamaron la presencia de los alumnos y docentes de la
noble escuelita. Esto es llamado por algunos críticos de la obra de Sarlo: el
corolario estético.
En
síntesis, las historias demuestran a la escuela pública como máquina cultural y
en ella, a una maestra que decide reformar conductas desde su rol docente y con
buenas intenciones pretendiendo transformar a jóvenes o niños desde su
perspectiva. “Ambos hechos están unidos
por el hilo, no demasiado secreto, de un imaginario educativo implantado por el
normalismo y que las maestras llevan a la práctica de las maneras a veces más
extremas”- 11-. La escuela debía enseñar a los niños en esa época, lo que
no aprendían de las familias: la higiene, el patriotismo y el respeto por la
cultura y la nación.
Una
característica importante de la obra es que la misma refleja que la cultura era
un capital a adquirir y no un conjunto de valores que debían desenterrarlos del
pasado paterno o de la vida cotidiana. La escuela brindaba un inventario de
materiales culturales: tizas, láminas, figuras, poemas, mapas, libros, etc.que
atraían a los niños en esa época y que no encontraban en otro lugar. A su vez,
la escuela era un lugar donde la mujer se emancipaba, donde las primeras
maestras, que como Rosa, encontraron el paradigma pedagógico no sólo la
realización cultural personal sino también un trabajo socialmente prestigiosos.
El
imaginario de Rosa se forma en un marco institucional fuertemente voluntarista
en sus operaciones de imposición de una cultura. “El modelo de cultura al que se incorpora implica una separación y un
corte respecto del barrio y de la casa”-
12 -. Pero también se dice que la adaptación fulminante a la escuela
se realiza en ausencia de otros discursos como los de los medios de
comunicación que compiten con la escuela, actualmente.
Beatríz
Sarlo nos describe a Rosa del Río como un producto del normalismo y de la
escuela pública: un robot estatal “identificado
poco criticamente con los objetivos de la institución de la que formaba parte y
que le había permitido a ella misma recorrer un camino exitoso”-13 -
En conclusión, la obra se
refiere al análisis de la identidad a través de relatos de una maestra que
revela el comportamiento de las instituciones simbólicas en el siglo XX en
Argentina.
Obra analizada:
Sarlo,
Beatríz: “cabezas rapadas y cintas argentinas”, en La máquina cultural, Buenos Aires, Ariel, 1999.
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